Sengoku Jidai o La
Edad de los Estados Combatientes
La Campaña en el
Último Tercio
Honorables Sama
Mi nombre es Takao Furuyama y vine con mi
amo en una expedición deiplomática a la ciudad de Sevilla, en España, como
dicen sus excelencias, en el año de gracia de 1662, siendo rey de las Españas
el Cuarto Felipe, que al igual que al dilecto emperador, Amateratsu guie y le
acompañe siempre por el camino de la prosperidad.
Cuento todo esto porque en esta bella
ciudad conocí a un gentilhombre de gran reputación con el acero aunque no menos
con las damas, llamado Garcinuño, que entre sus piadosas virtudes encontrábase
el del arte de la elocuencia, y de este modo, entre vaso viene y vaso va de lo
que Vuesas Mercedes llaman Manzanilla, que es como nuestro vino de arroz, pero
muchísimo más dulce y sabroso, empecé a perder mi natural recato propio de los
de mi tierra y a relatarle la asombrosa y a veces sórdida historia de mi añorada
patria, el Japón, en una época convulsa y marcada por la sangre y el hierro que
los naturales de mi país llamamos el Sengoku Jidai, y que con la fiel
transcripción de mi nuevo y gran amigo Garcinuño paso a contarles para que
perdure su conocimiento en tierras tan lejanas y extrañas como éstas, espero
que sean benévolos con mi verbo y que los acontecimientos aquí descritos sean
de su agrado. Que los 7 Dioses Felices los acompañen:
La
Guerra Ônin marca el inicio del Sengoku
jidai, el “periodo de los estados en guerra”, que abarca desde la mitad
del siglo XV hasta comienzos del XVII. Todo empezó con el declinar de los
sucesivos shôgun Ashikaga y el desvanecimiento del poder central, que
fue gradualmente asumido por los antiguos gobernadores provinciales. Eran estos
los shugo, que cuando llegaron a ser virtualmente independientes se
llamaron daimyô, señores
absolutos en sus respectivos Reinos de Taifas. Una vez independizados del poder
central (aunque todos ellos continuaban venerando al Emperador), los daimyô
se dedicaron a acrecentar su poder a costa de sus vecinos, y así, poco a poco,
el poder disperso volvió a reunirse. Como una gota de mercurio que se
estrellase contra el suelo y se fragmentara en otras más pequeñas, y después las
más grandes de éstas fueran absorbiendo a las menores hasta volverse a reunir
en un todo. Todo esto a lo largo de un siglo y medio…
Nuestra
historia comienza en un año indeterminado de esta convulsa época, cuando sólo
quedan diez grandes clanes capaces de poder hacerse con el poder absoluto en el
Japón. Diez Grandes Señores de la Guerra que a pesar de su sangre samurái han
comprendido que la fuerza de esas malditas armas de fuego traídas por los
extranjeros y la masa de grandes contingentes de hombres prevalecerán sobre las
obsoletas ideas del honor y del combate individual cara a cara entre héroes.. Y
donde sólo podrá quedar uno, aquel que se convertirá en el dueño del divino
trono celestial… El emperador del Japón.
AQUÍ HAY MATERIA PARA UNA EXCELENTE NOVELA. HAY QUEDA EL GUANTE PARA EL AUTOR DE ESTAS LETRAS...
ResponderEliminarUna novela no, que mis humildes meninges no dan para tanto, pero esperamos desarrollar una buena crónica.
EliminarA DECIR VERDAD, MODESTÓN, UNA COSA NO QUITA LA OTRA. TODO SE ANDARÁ...
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