La orden de avanzar había sido dada a las nueve
en punto, pero gracias a la famosa falta de disciplina italiana no había
comenzado a ejecutarse hasta casi treinta y siete minutos después, cuando la Compagnia Mazzone , apoyada por
varios blindados de la Divisione Corazzata Littorio, había iniciado la marcha hacia Bir Nahda.
El
soldado Martelli, sentado en el lateral de un M13/40, trataba de protegerse
inútilmente del ardiente sol de Egipto. Las planchas de blindaje le abrasaban
la piel a través de los pantalones, pero se encontraba demasiado exhausto como
para continuar caminando. Y además odiaba marchar sobre aquel terreno rocoso y
ocre. Martelli había nacido y crecido en Castione, un pequeño pueblo a los pies
de los Alpes, y aquel calor era algo a lo que todavía no había conseguido
acostumbrarse, pese a llevar ya más de un año destinado en el Norte de África.
Recostado a su lado, el soldado Fanucci maldecía aquel insoportable clima
mientras se entretenía en tirar piedrecitas a las orugas del blindado. Del Vivo
fumaba un cigarrillo.
El rugido de dos Breda Ba 65 atravesando el cielo de intenso azul sobre
sus cabezas arrancó unos tímidos vítores de la compagnia. Aquellos aviones habían demostrado ser claramente
inferiores a la aviación aliada, y por ello la Regia Aeronautica había
retirado del servicio a los últimos modelos hacía algo más de un año. Sin
embargo, todavía eran utilizados en misiones de reconocimiento.
Una
escuadrilla de Fiat G.50 Freccia apareció
varios minutos después, seguida de un trío de los prácticamente obsoletos CR.42
Falco.
-Esto se va a poner feo –anunció Fanucci mirando al cielo.
A lo lejos, en el oeste, se pudo oír el poderoso rugido de los motores
aliados. Cinco bombarderos Avro Lancaster de la RAF aparecieron en el horizonte, escoltados por
varios cazas Gladiator y Hurricane. Unos segundos después, todo comenzó a volar
por los aires.
-¡¡Bombarderos!! –gritó el tenente
Baldi. La advertencia llegaba tarde, pero aún así Martelli y sus compañeros se lanzaron
al suelo, tratando de mantenerse alejados de los frágiles blindados italianos.
Lo peor en aquellas situaciones era provocado por la metralla de los tanques al
estallar. Los pedazos de metal, arrojados a gran velocidad, sesgaban vidas y miembros
por igual, provocando una incontrolada carnicería.
-¡¡Al suelo!! ¡¡Al suelo!!
–los oficiales gritaban órdenes en medio del caos general que los bersaglieri acataban al instante. Eran
tropas de elite, entrenadas siguiendo la estricta tradición militar italiana.
El orgullo de un país al que poco le importaba aquella guerra.
-¡Va fan culo! –maldijo Del
Vivo apretujándose tras unas rocas-. No pienso morirme en esta mierda de sitio.
El bersagliere seguía mordisqueando su
cigarrillo y ahora se aferraba con fuerza a su novantuno. Martelli,
Fanucci y Galante llegaron corriendo a su lado.
-¿Dónde está el tenente?
–preguntó Del Vivo.
Señalando con el pulgar hacia abajo, Fanucci le indicó que había caído.
-¡Delvecchio está ahora al mando! –anunció Galante elevando la voz por
encima del atronador rugido de los bombardeos-. ¡Hemos recibido órdenes de
abrirnos hacia el flanco sur! ¡Los tedeschi
han informado de una columna blindada británica dirigiéndose hacia nosotros!
-¡Sui morti!
El
sargento Delvecchio apareció con una
docena de hombres, abriéndose paso entre los restos de un par de destrozados
camiones Lancia. En el cielo, los cazas italianos combatían desesperadamente a
la aviación británica. En tierra, las explosiones se sucedían una tras otra causando
el desorden entre las disciplinadas líneas de los bersaglieri, hasta que, tal y como había comenzado, el bombardeo
cesó y el estallido de los pesados proyectiles dio paso a un silencio
ensordecedor.
-Se marchan –susurró Galante, como si temiera que el sonido de su voz
atrajera de nuevo a la aviación británica y desatara otro infierno.
Durante varios minutos permanecieron así, inmóviles y en el más absoluto
silencio. Atenta la mirada a
cualquier movimiento, a cualquier sonido. El viento comenzó a soplar,
levantando una cortina de polvo y arena.
Un
soldado del pelotón del tenente Dessena llegó a la carrera hacia la posición de
los hombres de Delvecchio.
-Órdenes del capitano –dijo
con voz entrecortada-. Hay que cavar pozos de tirador y prepararnos para
aguantar el ataque británico. Varios operadores de radio han caído y la
comunicación resulta prácticamente imposible. Los blindados de la Littorio
se están reagrupando para apoyar la defensa y organizar un contraataque. Se ha
intentado informar de nuestra situación al mando tedesco, pero no hay forma de saber si podemos contar con ellos.
-Los chicos de Rommel no vendrán a buscarnos –se lamentó Martelli
resignado-. Estamos solos en esto.
Durante
los siguientes treinta minutos, los hombres de la Compagnia Mazzone trabajaron
sin descanso. Pero el desierto parecía derrotarlos una y otra vez. La fina
arena, la dura roca y un sol castigador los obligó a llegar hasta el límite de
sus fuerzas. Y el recuerdo de su tierra, de su hogar y de sus familias, hacía
aún más doloroso el esfuerzo.
Lentamente, la
Compagnia Mazzone
fue formando una línea defensiva preparada para recibir el ataque de los
blindados británicos. A lo lejos se escuchaba el rumor de los motores, con sus
tanques atravesando el rocoso desierto y levantando largas columnas de humo en
la distancia.
Desplegados por parejas en los incómodos pozos de tirador, reforzados
éstos con sacos de arena para aumentar la protección de las precarias
posiciones, el pelotón del tenente
Dessena formaba una débil primera línea de contención. Equipados con fusiles novantuno y alguna Beretta 38, apenas suponían una amenaza real contra la poderosa
caballería blindada británica. Sin embargo permanecían firmes en sus puestos,
con la cabeza levemente ladeada sobre sus armas y la mirada fija en el
horizonte. Tras ellos, los restos del pelotón del tenente Baldi, comandados ahora por el sargento Delvecchio, formaban
una segunda línea de defensa. Los pocos blindados que continuaban operativos
tras el bombardeo, apenas media docena de tanques M13/40 y M14/41 y algunos Semovente
75/18, permanecían en retaguardia preparados para realizar un contraataque por
el flanco británico en cuanto se presentara la ocasión.
-Piume al vento, baldi e fieri, nella
corsa volan via… –una voz se alzó desde uno de los pozos de tirador,
elevándose por encima del rugido de los motores británicos. La columna blindada
se acercaba a gran velocidad, desatando tras ellos una tormenta de humo y
polvo.
-…Son del "Terzo" i
Bersaglieri, tutti ardor e gagliardia!... –un coro de voces se sumó a la
primera, procedente de todas las líneas de defensa italiana.
-…Per la Patria pronti ognora a
combattere e a morir... –Galante, apostado junto a Martelli, cantaba con
toda la fuerza de sus pulmones. La vista siempre al frente, puesta en un
horizonte en el que empezaban a distinguirse con claridad los primeros carros
blindados aliados.
-...quando scoccherà quell'ora niun li avanzerà
in ardir –Una orgullosa lágrima resbaló por la mejilla de Del Vivo, quien
había apurado su último cigarrillo hacía unos segundos sabiendo que podía ser en
verdad el último de su vida.
Los tanques británicos se encontraban ya tan cerca de ellos que los
soldados italianos apenas eran capaces de escucharse a sí mismos cantar.
“¡¡Tutto osare!!”. El grito se
alzó al unísono, mientras los soldados de la Compagnia Mazzone abrían fuego contra los M3 Grant.
El ímpetu en el ataque de los bersaglieri
pareció coger por sorpresa a los británicos. Eran su pasión y su orgullo
quienes atravesaban los blindajes de aquellos tanques y no la munición de las
inútiles ametralladoras Fiat 14/35 o los rifles Solothurn de calibre 20.
Un proyectil estalló cerca de Martelli y la explosión acabó con la vida
de Galante. El soldado quedó tendido sobre los sacos de arena, completamente
inmóvil y con el pecho destrozado. Pero su compañero no pareció darse cuenta de
ello. Disparaba una y otra vez, sin preocuparse en elegir blanco alguno. Apenas
podía pensar, sólo actuar. En su cabeza quedaba lejos ahora su hogar en
Castione, aquellas verdes laderas, las imponentes montañas cubiertas por la nieve.
En la distancia creyó escuchar una orden. No hacía falta entender lo que
gritaban los oficiales, los tanques británicos estaban demasiado cerca
siguiendo con su imparable avance. La línea del tenente Dessena había quedado ya superada y el contraataque de los
blindados de la Littorio había sido
tan heroico como inútil, pese a que los carristi
de los M13/40 y los M14/41 habían vendido caras sus vidas, dando sobradas
muestras de valor.
Con precisión militar caló la bayoneta en su rifle. A continuación cerró
los ojos, se santiguó y elevó una breve plegaria. Martelli ya no era un
soldado; era una pieza más en aquella enorme máquina de guerra. Un peón en una
partida perdida hacía tiempo.
Como una pieza más saltó de su posición y corrió junto a Fanucci, junto
a Dessena, junto a Del Vivo… la bayoneta calada, la mirada puesta en aquellas
terribles máquinas blindadas que avanzaban sin descanso.
Y así, la Compagnia Mazzone encontró su fin. Lanzándose hacia una
muerte segura en brazos del enemigo, en una tierra seca y cruel, tan lejos de
su hogar. Las negras plumas al viento…
Y al llegar la hora de su muerte, nadie les superó en valor.
Autor: Arendal de Wargames-Spain
Del I Concurso de relatos cortos celebrado por El Bucanero y Wargames-Spain
Del I Concurso de relatos cortos celebrado por El Bucanero y Wargames-Spain
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